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dc.contributor.advisorAmorós Blasco, Lorena-
dc.contributor.authorTornero Sanchis, Josep-
dc.contributor.otherBellas Arteses
dc.coverage.spatialItalia, Grecia, Españaes
dc.coverage.temporal1200 a.C, Siglo XX, Siglo XXIes
dc.date.accessioned2012-10-23T08:37:39Z-
dc.date.available2012-10-23T08:37:39Z-
dc.date.created2010-09-
dc.date.issued2012-10-23-
dc.identifier.urihttp://hdl.handle.net/10201/28832-
dc.description.abstractLa investigación a la que hace referencia este documento, se enmarca en el área de la simbología y valores simbólicos en el rostro representando, planteando como objetivo fundamental su pertenencia a la transmisión de la cultura occidental a través de una metafísica basada en las esencias que ha creado y metamorfoseado, a lo largo de la historia del rostro representado, el concepto y la idea del individuo. Siguiendo la vía cartesiana, en la representación del rostro ha primado la tradición racionalista del pensamiento desencarnado, pura abstracción sin anclaje de la corporalidad situada y concreta, que aborda el problema de la identidad del sujeto desde el concepto del “yo trascendental”. Al menos hasta que la filosofía de Nietzsche, y posteriormente las corrientes fenomenológicas y existenciales ―hasta Marcel, Sartre y, especialmente, Merleau-Ponty― empezaron a subrayar precisamente esa carnosidad, la idea de que somos una conciencia corporal, mundana, encarnada, situada, temporal. Aunque todos ellos hablaron del “significar” del cuerpo, y no del rostro en concreto. Si bien resulta claro que por muy expresivo que pueda ser el cuerpo en su conjunto ―y lo es―, es el rostro el espacio donde esa expresividad y ese “significado” se condensan de manera más palmaria. El rostro, llevado al extremo, presenta la singularización del individuo a partir de la propia individualización de sus partes, de cada uno de sus elementos que forman la unidad, y con ella, la universalidad del rostro. Tanto es así que la representación del rostro, o la toma de sus rasgos directamente desde el yeso, se apropia en nuestra memoria del cuerpo, del carácter, del alma o psiqué, y más concretamente de aquello que se ha perseguido desde la historia del retrato: la esencia. Es esa unidad, sólo esa, el aspecto que hace soportable su visión. En una especie de triunfo de la vida, de figuración biológica, su unidad presenta, en conjunto, una lectura estética y moral. En palabras de Jacques Aumont, nos encontramos con la parte visible, expuesta a la mirada del Otro, y que posee la función más ontológica. En este caso, el rostro pertenece al hombre: Independientemente de lo que utilicemos para definirlo, siempre se encontrarán los siguientes rasgos: el rostro es humano, y sólo se habla de rostro para un animal, una cosa o un paisaje en referencia a un sentido profundo de la humanidad: el rostro está en lo alto del cuerpo, en la parte delantera, es la parte noble del individuo; principalmente, es el lugar de la mirada.es
dc.formatapplication/pdfes
dc.format.extent96es
dc.languagespaes
dc.relation.ispartofseriesTrabajos Fin de Másteres
dc.relation.ispartofseries1es
dc.rightsinfo:eu-repo/semantics/openAccesses
dc.subjectRostroes
dc.subjectIdentidad-
dc.subjectArte-
dc.subject.other7 Bellas arteses
dc.titleUna aproximación al rostro. Analogías e identidades
dc.typeinfo:eu-repo/semantics/masterThesises
Aparece en las colecciones:Ponencias y comunicaciones

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