Por favor, use este identificador para citar o enlazar este ítem: http://hdl.handle.net/10201/52260

Título: Geographica: ciencia del espacio y tradición narrativa de Homero a Cosmas Indicopleustes
Fecha de publicación: 2010
Editorial: Murcia: Centro de Estudios del Próximo Oriente y la Antigüedad Tardía - CEPOAT
Cita bibliográfica: Antigüedad y Cristianismo, nº 27, 2010
ISSN: 1989-6182
Palabras clave: Ciencia
Geografía
Decadencia
Tradición
Esfericidad
Peirata
Autopsia
Paradigma
Science
Geography
Decadence
Tradition
Sphericity
Autopsy
Paradigm
Resumen: En las páginas de este libro se estudia la evolución del pensamiento geográfico occidental desde sus inicios (Homero) hasta las exploraciones portuguesas y españolas del XV y XVI. Nuestro estudio se centra en las obras y en las personas de los principales geógrafos que han escrito en ese espacio temporal. Pese a tratar un segmento cronológico tan amplio, que incluye a pueblos y culturas muy diversos, hay un elemento común, un leitmotiv , que es la estrecha relación entre tradición, ciencia y geografía. La tesis fundamental que defendemos a lo largo de este trabajo es que el progreso científico está íntimamente unido a las ampliaciones en el conocimiento del espacio y a las modificaciones en la cosmovisión del mundo. Los motivos son diversos: la geografía es una ciencia multidisciplinar, posiblemente la que más ramificaciones y variantes tiene, por lo que debe ser vista como un espejo idóneo para reflejar el progreso y el estancamiento científico por igual; el apego de los griegos por el empirismo, en los albores de su civilización, sumergió de lleno a los primeros geógrafos en la autopsia: el geógrafo debía ver personalmente todo cuanto decía. La necesidad de verificar empíricamente la información sobre el espacio fue un impulso para la geografía; la fuerte rivalidad existente en la sociedad griega impregnó al método científico de un intenso espíritu agonal, que invitaba a contradecir lo dicho por la tradición; la geografía es un factor importante para derribar la autoridad de la tradición al demostrar que el mundo puede ser diferente a lo dicho por la última, y dar una mayor relevancia a la experiencia tal y como ocurrió a largo de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, un incremento en el conocimiento del espacio conocido no siempre ha supuesto una revolución para la ciencia. Dos ejemplos estudiados en el libro, las conquistas de Alejandro y la expansión del Imperio Romano demuestran que en esos períodos se dio prioridad a lo dicho por la tradición frente a lo que los propios geógrafos veían, y esto se debió a que la tradición clásica era el contexto en el que las nuevas ideas adquirían significado. Algo completamente nuevo sería rechazado al no ser veraz, por no poder asociarse con un discurso conocido. La relación entre ciencia, geografía y tradición no fue, en modo alguno, un proceso revolucionario, carente de retrocesos y estancamientos, de hecho, todo avance en el discurso científico pasa inevitablemente con el tiempo a ser asimilado a la tradición, convirtiéndose en el nuevo obstáculo sobre el que la siguiente generación debe reflexionar o del que hay que partir en su análisis. No obstante, en la antigüedad ni la tradición ni la ciencia crecieron por la acumulación del saber. Al contrario, la experimentación y la observación parecen haberse limitado a unos pocos nombres propios. Llegó un momento en el que lo importante era considerar si Homero, Platón o Aristóteles estaban equivocados. En vez de interrogar a la naturaleza, el médico o el geógrafo prefieren pensar directamente a través de los textos de los autores que los precedieron, poco importa que sea para criticarlos o para copiarlos, la investigación se reduce a sus obras. Pese a que a partir del siglo IV a.C. la esfericidad es una teoría comúnmente aceptada entre los doctos, y lo suficientemente extendida para que puedan ser expuestas públicamente esferas, nadie parece haber llegado a la sencilla conclusión que una esfera es un espacio finito, pero ilimitado, y cuya aceptación, por lo tanto, está reñida con la aceptación de los límites ( peirata ) tradicionales del mundo. Sin embargo, las viejas fronteras nunca fueron olvidadas. Esto no se debió a la incapacidad de los geógrafos griegos para comprender todas las implicaciones de la aceptación de la esfericidad terrestre, pero sí a la necesidad de mantener estructuras mentales de su tradición que eran necesarias para ellos, como su etnocentrismo. Los límites también fueron esenciales para los geógrafos romanos, deseosos de ensalzar el ecumenismo de su Imperio. Es más, la cosmovisión fue básicamente la misma desde fines del siglo IV a.C., y teniendo en cuenta la profunda relación entre la geografía y las diferentes ramas del saber, sería lógico suponer que los cambios en las últimas quedasen reflejados en la primera. Hay varias circunstancias que explican por qué después del siglo III a.C. no hay avances significativos en ninguna de las ramas de la ciencia: la aparición del mundo helenístico, tras las campañas de Alejandro Magno, supuso el nacimiento de una sociedad en la que la cultura griega se convirtió en el elemento de legitimación entre quienes vivían fuera de la órbita tradicional del mundo griego. Esto provocó que la cultura griega no pudiese ser ni revisada ni puesta en duda por quienes querían ser reconocidos como individuos de pleno iure de la misma. Roma experimentó una problemática similar al tener que recurrir a la paideia griega, en un primer momento, para conquistar el Mediterráneo Oriental y, posteriormente, al convertirla en el núcleo que homogeneizaba la diversidad que poblaba su vasto imperio. No obstante, hay un hecho que ayudó más que ningún otro a frenar el dinamismo que la civilización griega había tenido en sus orígenes, la imposición de la escritura frente a la oralidad. La escritura nace como un instrumento para preservar el legado del pasado y su prestigio y popularidad llegaron a convertirse con el tiempo en un sustituto válido del conocimiento empírico. En nuestra opinión la razón principal de la decadencia de la ciencia antigua habría residido en la progresiva sustitución de la autopsia por el saber escrito. Cuando la cultura escrita se impuso frente a la oral el espíritu agonal desapareció lentamente, sobreviviendo únicamente como un tópos literario en la tardoantigüedad. El indicio que revela esta decadencia reside en la progresiva pérdida de vigor de la autopsia entre los geógrafos griegos y en el fortalecimiento de la autoridad que emana de los libros. El egotismo estará presente, pero no será más que un triste recuerdo de la tradición agonal griega. Los autores siguen disintiendo entre sí, pero en la mayoría de los casos sólo encontramos variaciones sobre temas ya fijados. No se abren nuevas líneas de investigación, se reflexiona continuamente sobre el pasado. Una cultura donde el paradigma cultural ha sido fijado y definido por escrito por las autoridades estatales es más inmovilista, pero también es más universal, al quedar establecido, y es más fácil que pueda expandirse más allá de los marcos espaciales a los que se circunscribe esa cultura. Esto es lo que defendemos que ocurrió en el período helenístico y en el Alto Imperio Romano. La tradición griega fue fijada y posteriormente asumida por las élites romanas. Si la cultura no evoluciona al mismo ritmo que la sociedad puede producirse una verdadera “ruptura” entre las necesidades de los hombres que componen esa sociedad y los patrones culturales que disponen para satisfacer a las mismas. La evidencia que muestra la aparición de la ruptura es la eclosión de una cultura popular, es decir un paradigma alternativo al que defienden las élites. En esa coyuntura debe estudiarse la eclosión y el triunfo del cristianismo. La Paz de la Iglesia (313 d.C.) supone un cambio frente a la involución científica y social de la sociedad tardoantigua. El cambio se manifiesta en el hecho de poder poner en duda uno de los paradigmas más firmemente asentados en la antigüedad, la esfericidad. Sin embargo, sus limitaciones para poder desvincularse de la cosmovisión grecorromana reflejan sus lazos con la tradición clásica. El triunfo del cristianismo supone, por tanto, un cambio, pero no una revolución, pues los antecedentes de “la ruptura” eran más lejanos y el cambio que los cristianos traían consigo se produjo al son de una música que venía sonando desde hacía mucho tiempo. Se limitaron a ponerle la letra. La geografía medieval no puede ser vista como un mero período temporal que va de Ptolomeo a Ptolomeo, no carece de aportaciones propias al campo, pero, aún así, no consigue mutar la tradición. No se produce este acontecimiento hasta el período de los grandes descubrimientos. No fue un acontecimiento diferente a los anteriores, fue una ampliación del espacio, pero esta vez supuso una revisión de la tradición. A diferencia de en anteriores casos el paradigma que se revisa no es el hegemónico (cristiano), sino la cultura grecorromana, que seguía siendo la principal fuente de todo conocimiento geográfico en la Europa del XVI. La tradición clásica puede ponerse en duda porque existía otro paradigma que puede llenar el vacío que deja la revisión del anterior. Sin embargo, al exaltar el conocimiento que emanaba de la experiencia frente al de la tradición se inició un proceso que terminaría por revisar todas las bases culturales de la civilización europea. Luego debe concluirse que la ampliación del espacio conocido es un elemento importante para renovar la ciencia, pero que este hecho no se producirá si la sociedad que experimenta ese acontecimiento no tiene la fortaleza para presentar una alternativa que sustituya el modelo vigente.
This book approaches the evolution of western geographical thought from its earliest manifestations (Homer) to the Spanish and Portuguese explorations in the 15 th and 16 th centuries, with special regard to the key geographers working in said period. The ample chronological span and cultural diversity notwithstanding, all these geographers share a common element – a leitmotiv – in the close relationship between tradition, science and geography. We believe that scientific progress goes hand in hand with the widening of geographical awareness and how that changed the way society saw the world. The reasons for this connection are several: geography is a multidisciplinary science, probably the most ramified of all disciplines and, therefore, an ideal proxy for the progress or stagnation of science; the Greek tendencies towards empiricism drove the earliest geographers into the realm of autopsy; geographers must see what they describe with their own eyes. This need to empirically contrast spatial information was a key boost for geography. The strong rivalries so characteristic of Greek society, on the other hand, gave scientific enquiry a deeply competitive ( agon ) nature which invited controversy and the refutation of traditional truths. Geography thus became an important factor in weakening the authority enjoyed by tradition, which it achieved by showing where traditional views of the world were mistaken while giving a larger role to experience, for example in the 16 th and 17 th centuries. An increase in geographical knowledge, however, has not always been accompanied by scientific revolution. In two examples analysed in the book, with Alexander’s conquests and the expansion of the Roman Empire, priority was given to tradition over empirical geographical testimonies, because new knowledge had to be understood within the limits of Classical tradition. Completely novel things, not having a niche in the well-established paradigm, were rejected as impossible. The relationship between science, geography and tradition, at any rate, has never caused revolutionary changes, while it has certainly suffered from periods of stagnation or even involution. In fact, all scientific advances inevitably end up over time being assimilated into a new tradition upon which the following generation must build. In antiquity, however, neither tradition nor science grew out of accumulated knowledge. Quite to the contrary, experimentation and observation seem to have been limited to a precious few individuals. As a consequence, from a certain point the important thing was no longer to ask nature, but to ascertain whether Homer, Plato or Aristotle were right or wrong. The physician and the geographer are content with exploring through the writings of their predecessors, either to criticise or to copy them. Despite the fact that by the 4 th century BC the theory of a spherical earth was well accepted by scholars and amply widespread, nobody seemed to reach the simple conclusion that a sphere has a never ending but still limited surface, which is clearly at odds with the traditional limits of the world ( peirata ). Old frontiers were not forgotten, not because geographers were incapable of understanding the full implications of sphericity, but because certain traditional mental structures needed to be preserved, such as Greek ethnocentrism. Limits were also crucial for Roman geographers and their desire to underline the ecumenical nature of the empire. Furthermore, the way the world was understood remained virtually unchanged for a long time from the late 4 th century BC which, considering the relationship between geography and other disciplines, reflected a wider trend in the production of knowledge. Several circumstances explain why the 3 rd century introduced a period of scientific stagnation: the emergence of the Hellenistic world, after Alexander’s campaigns, brought about a new social order in which outsiders from the traditional Greek world used Greek culture as a means of obtaining legitimacy. Supported by those who wished to be seen as fully integrated into the Greek model, a reaction against evolution and dissension ensued. The Roman case is very similar, with the adoption of the Greek paideia during the initial stages of the Roman conquest of the Eastern Mediterranean, which was thereafter to become the key homogenising factor for the integration of the diversity encompassed by the vast Roman Empire. Apart from all this, one factor contributed more than any other in checking the original Greek dynamism: the progressive predominance of writing over orality. Writing appeared as a tool for the preservation of the past, and its prestige and popularity eventually made it a valid substitute for empirical knowledge. In our opinion, ancient scientific decadence was mostly caused by the progressive substitution of autopsy with written knowledge. The imposition of writing over orality slowly weakened controversy ( agon ), which by Late Antiquity survived as a mere literary topos . This is shown by the loss of vigour of geographical autopsy and the reinforcement of written authority. Controversy was present, but as a faint shadow of the Greek original. Authors continued to disagree with one another but only over conventional topics. No new research avenues were thus opened, and the past stood as an ever present point of reference. State-sanctioned and codified cultural paradigms are harder to transform but also easier to import within the spatial limits of a given culture. This is exactly what in our opinion happened in the Hellenistic period and the early Roman Empire. Rome assumed an already fixed Greek tradition. If culture does not evolve at the same pace as society a true discrepancy can arise between the needs of the individual and their cultural models. This is normally followed by the emergence of a popular culture, an alternative paradigm to that advocated by the elites. The emergence and rise of Christianity must be understood in this context. The Edict of Milan (313 AD) introduced a new factor to the prevailing scientific and social involution characteristic of Late Antiquity. The transformation involved the deviation from one of the most solid ancient paradigms, that of sphericity. The change was however limited by the links between Christianity and the Classical tradition, which only made possible a partial rupture with Graeco-Roman paradigms. The triumph of Christianity was therefore a change but not a revolution, also because the earlier symptoms had already been maturing for some time. To put it graphically, Christianity only added the lyrics to a pre-existing score. Although medieval geography failed to change tradition, it cannot be interpreted as a mere chronological stage that goes from Ptolemy to Ptolemy, because some progress was made in the field during the Middle Ages. This was not to be achieved until the great discoveries. In a way, these events were no different from previous ones, in the sense that they involved the extension of known space, but in this case a reassessment of tradition was to take place. Unlike previous instances, the paradigm under revision on this occasion was not the dominant (Christian) one but the Graeco-Roman which remained the main source of geographical knowledge in 16 th century Europe. In this case the paradigm could be challenged because there was another ready at hand to fill the empty space. This new preponderance of experience over tradition opened a process which prompted a wider revision of all the cultural foundations of European civilisation. It must therefore be concluded that the expansion of spatial awareness is an important factor in the renovation of knowledge, but that this will not occur if no cultural alternative can be presented to substitute the dominant paradigm.
Autor/es principal/es: Molina Marín, Antonio Ignacio
URI: http://hdl.handle.net/10201/52260
Tipo de documento: info:eu-repo/semantics/book
Número páginas / Extensión: 525 p.
Derechos: info:eu-repo/semantics/openAccess
Aparece en las colecciones:2010, N. 27

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